Hablar de Socoroma es hablar de agua y cultura; es hablar de comunidad, de conocimientos, adaptación y resistencia. Socoroma es el nombre del pueblo, y significa en Aymara “agua que corre” (Mamani, 2010).
Sus habitantes preservan una forma de vida vinculada íntimamente al sistema ecológico dominante en su territorio, donde el agua es el eje articulador del paisaje que han construido los antepasados, asociado a la producción agrícola de montaña, el cual las distintas generaciones han heredado y mantenido en el tiempo. Representa el dominio de técnicas constructivas asociadas a la disponibilidad local de materiales, junto con el “saber hacer”, enlazado a un conjunto de ciertas reglas sociales y la construcción de imaginarios en torno a lo sagrado, para la reproducción cultural del conocimiento que permite vida en el ambiente (Godelier, 1989).
Socoroma se localiza en el territorio alto andino del norte de Chile, a 21º de latitud sur y a 3.300 metros sobre el mar. Sus antecedentes de ocupación humana datan del tiempo de la cultura Tiwanaku; estuvo bajo el dominio de los Señoríos Altiplánicos. Luego llegó el Inca desde el norte y sus evidencias se observan en la presencia del Qhapaq Ñan. La colonización española, dejó huellas en la superposición del damero en la estructura urbana del pueblo y en la presencia de una Iglesia de Adobe del siglo XVI. En épocas más recientes, el proceso de chilenización posterior a la definición de los límites fronterizos del siglo XIX y la construcción de carreteras para mejorar la conectividad con la ciudad han sido determinantes. En síntesis, su paisaje es el resultante de una superposición de sociedades y culturas que fueron dejando su vestigio en el tiempo para constituir el espacio habitado, donde la comunidad se ha adaptado a las diversas transformaciones ambientales, culturales y sociales para mantenerse vigente hasta nuestros días. Pese a todas las adaptaciones a las cuales se ha sometido, no ha transformado su relación sagrada con el entorno y especialmente con el agua. Actualmente es un paisaje agrícola de terrazas de piedra, con cultivos ancestrales de maíz y papa, al cual se sumó a partir de mediados del siglo XX el orégano como fuente de intercambio económico. Sus habitantes son una comunidad indígena Aymara, cuya población permanente se ha ido reduciendo en el tiempo, producto de la migración de la población joven a la ciudad. Pese a esto, los herederos de esta comunidad, mantienen sus vínculos productivos con el pueblo y los abuelos. Se sienten representados con el conjunto de tradiciones y actos simbólicos donde se sincronizan visiones de la religión católica con la cosmovisión andina, para la reproducción del saber local, asociado a actividades propias del ciclo agrícola.
En la década de 1980, la antropóloga Milka Castro observó desde una mirada etnográfica el quehacer de los habitantes de Socoroma. Desde la observación de las prácticas habituales, propuso la existencia de una Cultura Hídrica en el norte de Chile (Castro, 1992) y ejemplificó esto en las observaciones realizadas en torno a la vida cotidiana, evidenciando la importancia del agua en distintos planos o dimensiones donde la sociedad se desenvuelve. Observó, a partir del riego por Chipalla– técnica local para guiar el agua en forma gravitacional a través de trazados en el suelo con una vara, desde un caudal hacia una planta específica-, cómo se podía leer un conjunto de relaciones en distintas escalas de observación, que conectaban todo el territorio con el agua dominante, tanto en el interior de una parcela de cultivo, como también en la cuenca hidrográfica. Además, conectaban al individuo con su presente y sus forma de relacionarse en su comunidad, como también con sus antepasados y sus elementos sagrados existentes en el territorio como el agua, los cerros, las montañas, la flora, la fauna, el suelo y el cielo para situar al hombre en el entorno que coexiste con otras formas de vida presentes en la naturaleza.
El paisaje construido persiste en el tiempo, manteniendo las lógicas de ocupación del territorio originarias. El desplazamiento gravitacional del agua, guía en un comienzo, la definición del territorio irrigado, de los espacios hidráulicos (Barceló, 1989), cuya primera acción es la captación del agua que escurre en forma natural por alguna de las quebradas de agua permanente, para definir el trazado inicial de un caudal capturado – un canal matriz-. A partir de este canal matriz, se traza una línea divisoria entre dos paisajes, aquel que se modelará desde el canal hacia abajo, sobre el cual se construirá una red de canales derivados primarios, secundarios y terciarios, que guiarán el movimiento del agua por gravedad, definirán la distribución por parcelas y la ubicación del asentamiento humano. El segundo paisaje será aquel localizado desde el canal matriz hacia arriba, la ladera preexistente de montaña que no será alterada. Los trazados de los canales tienen implícita una profunda carga de conocimiento técnico: sobre el manejo de las pendientes mínimas y máximas posibles para la construcción del suelo productivo; sobre los niveles de rugosidad de los canales según dimensiones y pendiente, y también sobre posibles multifuncionalidades, asociadas al desplazamiento del agua, a la contención de laderas para controlar la erosión laminar, y el eventual drenaje de sus excedentes hacia las capas inferiores del suelo. Cada canal tiene una función jerárquica y un nombre: Jalanta, Contra y Chipalla, son ejemplos de tipos de canales de riego que van creando la estructura principal sobre la cual se compone el paisaje (Chandia-Jaure, 2017).
El trazado de los espacios irrigados es el punto inicial para el posterior modelado del paisaje, donde se modifican las pendientes naturales de las laderas, a través de la construcción de muros de piedra apilada en seco. Apilar piedra sin aglomerante implica una serie de limitaciones, vinculadas tanto a la disponibilidad del material, como a las capacidades humanas de poder levantar muros sin riesgos de desmoronamiento. El saber asociado, se vincula a un extenso proceso que se da a través de generaciones de ensayo de acierto y error, para llegar a definir algunos parámetros que ayudan a conseguir el objetivo deseado. Este modelado permite crear suelo productivo a través del conjunto de terrazas de piedra, por las cuales el agua irrigará cada espacio construido. Se crea un sistema espacial que conecta las laderas, los muros de piedra, los canales de riego, y los cultivos, dando una forma característica al paisaje, que contiene el riesgo de derrumbes y permite el desplazamiento gravitacional del agua y la mantención de la humedad y la temperatura, en un clima de alta radiación solar y baja humedad ambiental.
El sistema hidráulico y el sistema espacial-constructivo se perpetúan en el tiempo como huellas en el territorio, incluso frente a su eventual abandono por parte del grupo humano. Sin embargo, su funcionamiento depende de prácticas sociales y culturales. Se trata de complejas relaciones que dan cuerpo a una mirada integral sobre el territorio, donde el agua se conecta con la comunidad desde lo cotidiano y lo simbólico. Lo cotidiano se vincula al riego, y la distribución comunitaria del agua disponible, lo cual implica un nivel de organización formal, asociada a las Comunidades de Agua y el reparto del caudal anual entre los cuatro espacios irrigados comunitarios. Pero no es suficiente. Se requiere además, una organización del ciclo informal para el riego, para distribuir el agua en el día a día, según las necesidades que van surgiendo. Esta organización informal, es fundamental para la mantención en el tiempo de la productividad local y tiene intrínseca una fuente de conocimientos sobre organización comunitaria para el reparto por turnos del caudal disponible, cuyas reglas no están escritas, sino que son transmitidas por tradición oral, bajo la responsabilidad de las autoridades locales del agua.
El patrimonio inmaterial que la comunidad ha construido en siglos de historia constituye un cuerpo de saberes en torno a los distintos planos de la realidad, que se retransmiten o se expresan para la construcción de imaginarios locales, que ayudan de manera intrínseca a describir aquel territorio que no debe ser olvidado por las generaciones futuras. Entre las numerosas expresiones que revalidan los imaginarios en torno al agua y el territorio, se puede observar la Fiesta de la Cruz de Mayo, uno de los actos rituales más profundos. Se asocia al culto a los cerros sagrados y la reconstrucción permanente del mapa simbólico del territorio. Según el calendario agrícola, se realiza en tiempo de cosecha, y por lo tanto representa el cierre del ciclo agrícola.
El culto a los cerros y el agua son parte esencial de la vida social y cultural de los campesinos locales, expresándose en sus fiestas, calendarios rituales, tradición oral y las principales labores de la tierra (Choque Mariño & Pizarro, 2013). Esta fiesta representa la cosmología local, en un homenaje simultáneo a tres cruces localizadas en cerros sagrados: Cruz del Calvario en el cerro Calvario, Cruz Yapabelina en el cerro Vilasamanani, y Cruz de Milagros en el cerro Tata Jiwata. La peregrinación a las cruces es extenuante, donde el recorrido más extenso, es hacia la Cruz de Milagros, ubicada a unas 12 horas de recorrido a pie desde el pueblo, a unos 4600 msnm. Pese a las dificultades del camino, los miembros de la comunidad realizan anualmente esta peregrinación, que en su paso permiten validar la propiedad del territorio por parte de la comunidad, reconociendo senderos de peregrinación, cerros protectores y deslindes territoriales demarcados con apachetas y cruces. Habitualmente, el conocimiento espacial del territorio se encuentra sectorizado según grupos familiares, en función de la cruz de la cual cada grupo familiar es devoto. La peregrinación simultánea de cada grupo familiar a cada una de las cruces también implica el recordatorio de otras cruces secundarias dependientes de la cruz principal, las cuales terminan realizando el trazado de los caminos simbólicos que representan el dominio del territorio socoromeño. La representación física del trazado de estos caminos ha podido constatar la correlación directa entre el origen de los cursos de agua que abastecen al pueblo y los límites de la cuenca hidrográfica.
El paisaje productivo construye imaginarios territoriales en torno a las prácticas culturales vinculadas a la revalidación del territorio que se habita, donde el riego es un arte que permite configurar un espacio y mantener vigente un territorio en el tiempo. El rito permite además el reconocimiento de una unidad territorial mayor que está presente en forma implícita desde la cosmovisión andina: la cuenca hidrográfica representada por la condición sagrada de las montañas como fuentes proveedoras de los recursos necesarios para la existencia.